domingo, 26 de noviembre de 2017

EL DRAMA DE MANUEL SATURIO VALENCIA MENA.

RAFAEL PEREACHALÁ ALUMÁ.

QUIBDÓ MAYO SIETE DE  2006.

En este berenjenal donde nunca pasa nada, fue la manera como, el intelectual y abogado sin título académico Manuel Saturio Valencia Mena, o mejor Manuel Saturio Blandón Mena, su apellido genético, definió a su pueblo natal. La villa de Asís, para la curia filoroma; Citará Virá, para unos emberas y para otros el quechuismo Quibdó, o reunión de ríos, también rumor de aguas. Fue el  teatro donde se escenificó su dramática e intensa vida.

Cuando por primera vez vio la luz en Colombia, acababa de concluir una de las innumerables guerras civiles del siglo XIX. Las cuales afectaron al Chocó, pese a su lejanía de la Colombia andina. Era un 24 de Diciembre de 1867 y su periplo vital culminaría abruptamente, un 7 de Mayo de 1907.

Niño inquieto cuya inteligencia superior era fácilmente advertible. Esa fue la razón con la cual el niño tocó el corazón de los sacerdotes “Capuchinos”. Pronto lo llevaron al coro de niños y luego al general de la iglesia. Simultáneamente con el alfabeto español, aprendió a leer y escribir el solfeo.

Su vida infantil transcurrió entre juegos infantiles, trepando árboles frutales, nadando en los charcos y quebradas, pescando sardinas y cazando roedores. Era pues, un feliz cazador recolector. Para completar los ingresos de su hogar pronto se tornó en niño trabajador realizando oficios varios. Los sacerdotes “Capuchinos” lo acogieron y con ellos adelantó sus estudios primarios.

Apoyado por los sacerdotes se estableció en Popayán, donde finalizó la secundaria y avanzó hasta el cuarto año de Derecho en la Universidad del Cauca. Por diversas razones, no finalizó la tarea y retornó a su Quibdó del alma.

En la Villa de Asís siguió  una meteórica carrera judicial, que le  llevó a la historia como el primer afroamericano hispanoparlante  que tuvo la categoría de Personero Municipal, Juez Municipal, Juez del Circuito y  Magistrado del Chocó.XXXXX

Frente a la pobreza y el analfabetismo de su pueblo, atacó estos dos flagelos convirtiéndose en comerciante, algo insólito para la época, pues por herencia de la esclavización en la mentalidad colectiva este era un “oficio de blancos”. Los sábados, después de su jornada laboral, daba clases gratuitas para sus “corraciales” jóvenes y los domingos, a los adultos. A la par con la formación clásica del pensum oficial, les instruía en historia y geografía del África. Les fortalecía el autoestima e inyectaba las ideas socialistas que había conocido en la “ciudad blanca”, a la que había llegado como conservador.

Al estallar la “Guerra De Los Mil Días”, se incorporó alcanzando en el campo de batalla, la jerarquía de Capitán, siendo protagonista en las batallas de Tutunéndo, Bebará, y Beté.

En Quibdó trabó firme amistad con los “anarquistas” desterrados por el intento de magnicidio en la persona del Presidente de la República, General Rafael Reyes, en Bogotá, en el sector conocido como “Terrón Colorado”. Con ellos solía participar en tertulias y realizar reuniones musicales, en las que mostraba su dominio de diversos instrumentos. Aprovechaba el momento para estrenar sus composiciones, algunas de cuyas partiselas recogió Doña Teresa Martínez de Varela y reproduce en su obra “Mi Cristo Negro”.

Su fama de intelectual y bohemio, sumada a su esbelta figura, le hicieron crecer la fama de dandy. Era un muy buen partido, mas su corazón había sido robado por una dama de origen popular como él, llamada Tránsito Blandón Salamandra. Hija de su consejero personal, un personaje  humilde pero de reconocida valía social, Don Francisco Blandón, el compadre de su papá, Don Manuel Saturio Valencia.

Los amores prosperaron como cometas y sin mucho cavilarlo Valencia Mena, buscó a su tutor para pedirle la mano de su amada en matrimonio. El viejo patriarca, se mostró cauteloso. Se negó a la solicitud de su protegido e igualmente a dar las razones de su categórico rechazo. La recomendación enfática fue que buscara al sacerdote “Capuchino” que lo había impulsado desde niño. Luego de aquello, dialogarían.

El presbítero colmado de sigilo le reveló la noticia que cambiaría el curso de su vida. No se podría casar con su adorada Arcadia Blandón Salamandra, la hija de la señora Catalina Salamandra, pues eran medios hermanos de sangre. La triste revelación le permitió conocer que su padre legal era estéril y que él era el fruto de un pacto tripartita, según el cual su madre podría realizarse en dicho plano fisiológico y cultural; su padre oficial aceptaba su condición de putativo y el señor Blandón complacía a sus compadres y a distancia velaría por el bienestar de su hijo biológico. Todos conformes y comprometidos, bajo la garantía del sacerdote capuchino que todo quedaría en el más sólido hermetismo. Compromiso voluntario entre adultos.

El frustrado matrimonio lanzó a Manuel Saturio a los brazos del alcohol.  Su doloroso delirio decía que a Quibdó había que quemarlo. En su crisis emocional encontró refugio en una bella mujer de la élite social del Chocó. Le llamaban Deyanira Castro Baldrich. Era de piel acanelada y su exotismo se lo daba una cabellera rubia y sus ojos verdes. La mujer solía pernoctar en los ambientes curales. Allí se conocieron y prontamente se involucraron en una encendida relación inadmisible socialmente.

Por aquellos años la Villa de Asís tenía por fiesta pagana, la celebración de sus carnavales y un día, el de “La Batalla De Flores”, Deyanira cometió un grave error; al paso del desfile por su balcón en vez de lanzarle su ramo de flores al General Medina, Gobernador del departamento de Quibdó, lo arrojó a Manuel Saturio, de esta forma se sintió agraviado y despreciado. Él siendo la figura gubernamental más importante del fugaz departamento, se vio desplazado por un varón afro, sin abolengo.

A la singular belleza de Deyanira Castro la empañaba la secuela de la “fiebre mala”, modernamente poliomielitis, que le baldó una pierna de la cual renqueaba. No obstante, seguía siendo un gran partido. De los amoríos con Manuel Saturio, dice la tradición oral retomada por doña Teresa Martínez de Varela (1980), en su  obra “Mi Cristo Negro”, nació un hijo, el cual fue raptado, de horas de nacido, y sofocado en las aguas del caudaloso Atrato, por su propio tío Rodolfo Castro Baldrich . En ésta plasma la versión popular que se quedó en la memoria de los quibdoseños: fue una mezcla de odio de clase social, de racismo, venganza a la afrenta de la osadía de un personaje nacido de las entrañas de la humildad, que pensaba desalojar del poder a los herederos de los eclavizadoristas de “tiempo España”.  Con una sola piedra se mataba al pájaro mayor.

En un sector céntrico de Quibdó, cerca de una casa de habitación aparecieron unas pelotas de trapo empapadas en petróleo, y un centímetros de grama quemada. La conspiración así lo había planeado. A Saturio, lograron persuadirlo de consumir de nuevo licor, pese a los ruegos de su madre. Ya ebrio, lo llevaron al lugar previamente determinado, lo despojaron de su correa importada por su apoyador el sirio libanés Don Félix Meluk, la cual fue empleada como la prueba reina. De inmediato se le acuso del “incendio” a Manuel Saturio. Fue capturado y llevado a la cárcel. En ésta fue torturado, por un gendarme afrochocoano Amador Caicedo, hasta que declaró ser el autor del frustrado incendio.

Seguidamente, se montó un espurio consejo de guerra, en cual de antemano estaba condenado a muerte. El jurado lo integraban mayoritariamente los racistas y sus enemigos de clases, bajo el mando de el General Medina y su “cuñado”, Castro Baldrich. El sórdido plan orquestado por el juez Gregorio Sánchez y planeado por el ingeniero vengador Rodolfo Castro Baldrich, estaba andando como un relojito.

Los masones y otras personas de Quibdó se movilizaron enviando sendos mensajes al Presidente de la República Rafael Reyes, solicitándole la conmutación de la pena. En esta parte de la historia, arranca una controversia que después de un siglo no se detiene. Rogerio Velásquez Murillo (1954), antropólogo que adelantó una investigación documental, no halló el mensaje que la tradición oral asegura que interceptó  Rodolfo Castro Baldrich, donde se le conmutaba la pena. Velásquez Murillo; ubicó en el Ministerio de Guerra, un marconigrama, donde el Primer Magistrado se dirigía al Juez de caso estudiarlo otra vez. Pero el supuestamente contenía la conmutación, no apareció.

Manuel Saturio en la cárcel únicamente solicitó un cuaderno y un lápiz. Escribió toda la noche una autobiografía  y pronosticó el futuro del pueblo chocoano. Documento recogido por nuestro máximo científico social, el que al pensar de la antropóloga Nina S. De Friedemann, es el pionero de la antropología jurídica en Colombia.

Al día siguiente fue castigado como establecía el código penal para los incendiarios. Vestido con una túnica de color lila, le fue impuesta una corona de espinas y obligado cual Jesucristo a arrastrar una cruz, puesto para ser escupido por los niños, a seguir una calvario de doce estaciones hasta  el patíbulo, levantado en las afueras de la ciudad. En las inmediaciones del cementerio. En la actual carrera primera, donde se encuentra la Policía Nacional; exactamente, donde está la casa del comandante.

A las cuatro de la tarde el pueblo quibdoseño, vio desfilar al mártir. Vanamente los sirios libaneses residenciados en Quibdó, informados que el General Medina Palacio profesaba la masonería, le ofrecieron pagar su peso en oro. De nada valió que le mandaran el mandil al militar bogotano.

Una primera descarga de la fusilería, no le arrancó la vida. Esto lo dictaminó el médico encargado de tal tarea. El publicó contuvo la respiración cuando un funcionario de los telégrafos corría alocadamente con un mensaje del Presidente para el jurado. La tradición oral alega que lo interceptó Rodolfo Castro y dijo que prosiguiera la ejecución. En el alma popular quibdoseña  quedó que se trataba de la conmutación de la pena, por un delito que en el más exagerado de los casos fue únicamente una tentativa.

El pelotón produjo una segunda descarga que pasó a Manuel Saturio a la eternidad. Los racistas complotados quedaron satisfechos. El pueblo afrochocoano no pudo vencer el pavor y vio como de manera impune era sacrificado un hijo preclaro. El crimen de Estado se había consumado y Valencia Mena pasó a convertirse en un icono de la afroamericanidad. Las balas oficiales le quitaron la vida biológica, mas solo consiguieron convertirlo en una leyenda, espejo en el que nos miramos los cimarrones de la modernidad.

Manuel Saturio, gracias a los cimarrones contemporáneos, ha contado con mayor suerte en el recordatorio de su memoria que Miguel Escudero afroperuano que el día del desfile triunfal de la guerra de independencia de España, llamó a sus colegas hermanos afros a tomarse el  poder que a continuación detentarían los cuasi mulatos. Un jefe de los últimos, sin mediar juicio desenfundó su arma y lo asesinó delante de la tropa mayormente formada por esclavizados y libertos afros. Nadie reaccionó.

El intelectual afrochocoano Carlos Arturo Caicedo Licona, en la década de los ochenta creó un periódico y una tertulia llamada “SATURIO”, luego la bibliografía que se ha producida en torno a la vida del mártir es tanto variada como generosa.

El periódico “ECOS DEL CHOCÓ”  a tres días del magnicidio oficial publico una versión de las élites sociales de los albores del siglo XX. Huelga decir, que los sectores sociales privilegiados social y económicamente, se dividieron: los de origen criollo unos apoyaron minoritariamente a los complotados, otros lo repudiaron como una felonía. Los emigrantes árabes, como un solo cuerpo, repudiaron la bellaquería y trataron de frenarla ofreciendo riquezas a cambio de la vida del mártir. También intentaron acciones legales.

En 1944, Don Vicente Ferrer García, en un folleto titulado “Fusilamiento de Manuel Saturio Valencia en Quibdó”, exactamente el día del 37º aniversario del asesinato oficial. En el breve texto, recoge las voces que se imprimieron en el infausto momento. La suya en particular, es de reprobación a la conspiración delos confabulados. Excelente trabajo documental para que antropólogos, etnohistoriadores e historiadores aprovechemos desde una óptica académica.

En 1953 aparece “MEMORIAS DEL ODIO O PAPELES DEL ÚLTIMO FUSILADO EN COLOMBIA”, fino trabajo documental del gran Rogerio Velásquez Murillo; de manera muy escrupulosa y respetando la memoria y obra del Manuel Saturio plasma, con una pasmosa seriedad su actividad profesional. Es un desgarrador y hermoso relato literario, que rompe con las gélidas narraciones de los cientistas sociales en su afán de aparecer como objetivos y neutrales.

EN 1980  se reporta la aparición de la obra monumental de Doña Teresa Martínez de Varela, con su novela  biográfica “MI CRISTO NEGRO”. Vigoroso trabajo de campo oral y documental de la vida del sacrificado. Apelando a los versionistas Juana García Correa “La rata” y su hermano Eliumen , reconstruye el Quibdó de hace un siglo. Su trabajo despojado de los rigores académicos, a los que se ciñó Velásquez Murillo, se permite restaurar la oralidad reprimida, las versiones escondidas del aciago suceso que marcó traumáticamente la vida psicosocial del departamento. Adicionalmente, valiéndose  de la cábala judía, en especial de la numerología hace una serie de análisis que la llevan a concluir que Manuel Saturio es un representante de Jesucristo y su análisis lo prolonga en la figura, de  quien naciendo el año en que se produce el ignominioso suceso, es un relevo en la lucha en la cual no alcanzó el triunfo Valencia Mena, pero si Diego Luís Córdoba Córdoba.

Asombrado por tan espeluznante insuceso el médico y antropólogo Manuel Zapata Olivella, continúa la ruta libertaria que siguió Doña Teresa de Jesús, en 1980  publica en versión novelada el drama quibdoseño bajo el título “EL FUSILAMIENTO DEL DIABLO”. Doña Teresa, en un ataque de infundados celos acusó a Zapata Olivella de plagio, mas quienes hemos tenido acceso a las dos obras encontramos dos tejidos narrativos bastante diferenciados y dos miradas políticas distintas.

El Físico Tiberio Perea Asprilla, ahora debutando como narrador, escribió una serie de cuentos, en 199 en uno de los ellos describe un pavoroso incendio en Quibdó, quizás el de 1966 (¿?), en medio de las lenguas de fuego, pasa un  fantasma lanzando una fenomenal risotada. El pasaje representa la venganza, según el autor de Manuel Saturio.


El profesor Miguel Antonio Caicedo en 199 da a la luz un texto, muy recibido por el público mayoritario, donde apoyándose en una serie de sofismas trata de lavar la figura demoníaca para los quibdoseños del ingeniero Castro Baldrich. Como una persona bondadosa y amada por los trabajadores, a su servicio, de origen africano. No es sorprendente su conducta. El profesor Miguel A, está mediante un acto de amor filial tratando de salvar la figura de su padre, el gendarme, Amador Caicedo, el que mediante tortura, le arrancó la declaración mentirosa de “incendiario” (“anarquista”), que  llevó al último suplicio a Valencia Mena.

A finales de los ochenta un grupo de amigos, encabezados por el politólogo y dirigente afroamericano de Colombia, Ventura (Jr) Díaz Ceballos, han retomado el legado de Manuel Saturio Valencia Mena, llevando al plano internacional. En los Estados Unidos los miembros de los “Blacks Panthers”, en la cabeza del histórico Willie Thompson y el BLACK COCUS, acogieron positivamente los planteamientos hechos por este líder y se aprestan a publicar en inglés y español, bajo el auspicio de la universidad de Howard y la traducción del prestigioso académico doctor Ian Smart del texto escrito por nuestro hermano politólogo.








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