RAFAEL PEREACHALÁ ALUMÁ.
QUIBDÓ MAYO SIETE DE 2006.
En este berenjenal donde nunca
pasa nada, fue la manera como, el intelectual y abogado sin título académico
Manuel Saturio Valencia Mena, o mejor Manuel Saturio Blandón Mena, su apellido
genético, definió a su pueblo natal. La villa de Asís, para la curia filoroma; Citará
Virá, para unos emberas y para otros el quechuismo Quibdó,
o reunión de ríos, también rumor de aguas. Fue el teatro donde se escenificó su dramática e
intensa vida.
Cuando por primera vez vio la luz
en Colombia, acababa de concluir una de las innumerables guerras civiles del
siglo XIX. Las cuales afectaron al Chocó, pese a su lejanía de la Colombia
andina. Era un 24 de Diciembre de 1867 y su periplo vital culminaría
abruptamente, un 7 de Mayo de 1907.
Niño inquieto cuya inteligencia
superior era fácilmente advertible. Esa fue la razón con la cual el niño tocó
el corazón de los sacerdotes “Capuchinos”. Pronto lo llevaron al coro de niños
y luego al general de la iglesia. Simultáneamente con el alfabeto español,
aprendió a leer y escribir el solfeo.
Su vida infantil transcurrió
entre juegos infantiles, trepando árboles frutales, nadando en los charcos y
quebradas, pescando sardinas y cazando roedores. Era pues, un feliz cazador
recolector. Para completar los ingresos de su hogar pronto se tornó en niño
trabajador realizando oficios varios. Los sacerdotes “Capuchinos” lo acogieron
y con ellos adelantó sus estudios primarios.
Apoyado por los sacerdotes se
estableció en Popayán, donde finalizó la secundaria y avanzó hasta el cuarto
año de Derecho en la Universidad del Cauca. Por diversas razones, no finalizó
la tarea y retornó a su Quibdó del alma.
En la Villa de Asís siguió una meteórica carrera judicial, que le llevó a la historia como el primer afroamericano
hispanoparlante que tuvo la categoría de
Personero Municipal, Juez Municipal, Juez del Circuito y Magistrado del Chocó.XXXXX
Frente a la pobreza y el
analfabetismo de su pueblo, atacó estos dos flagelos convirtiéndose en
comerciante, algo insólito para la época, pues por herencia de la esclavización
en la mentalidad colectiva este era un “oficio de blancos”. Los sábados,
después de su jornada laboral, daba clases gratuitas para sus “corraciales”
jóvenes y los domingos, a los adultos. A la par con la formación clásica del
pensum oficial, les instruía en historia y geografía del África. Les fortalecía
el autoestima e inyectaba las ideas socialistas que había conocido en la
“ciudad blanca”, a la que había llegado como conservador.
Al estallar la “Guerra De Los Mil
Días”, se incorporó alcanzando en el campo de batalla, la jerarquía de Capitán,
siendo protagonista en las batallas de Tutunéndo, Bebará, y Beté.
En Quibdó trabó firme amistad con
los “anarquistas” desterrados por el intento de magnicidio en la persona del
Presidente de la República, General Rafael Reyes, en Bogotá, en el sector
conocido como “Terrón Colorado”. Con ellos solía participar en tertulias y
realizar reuniones musicales, en las que mostraba su dominio de diversos
instrumentos. Aprovechaba el momento para estrenar sus composiciones, algunas
de cuyas partiselas recogió Doña Teresa Martínez de Varela y reproduce en su
obra “Mi Cristo Negro”.
Su fama de intelectual y bohemio,
sumada a su esbelta figura, le hicieron crecer la fama de dandy. Era un
muy buen partido, mas su corazón había sido robado por una dama de origen
popular como él, llamada Tránsito Blandón Salamandra. Hija de su consejero
personal, un personaje humilde pero de
reconocida valía social, Don Francisco Blandón, el compadre de su papá, Don
Manuel Saturio Valencia.
Los amores prosperaron como
cometas y sin mucho cavilarlo Valencia Mena, buscó a su tutor para pedirle la
mano de su amada en matrimonio. El viejo patriarca, se mostró cauteloso. Se
negó a la solicitud de su protegido e igualmente a dar las razones de su
categórico rechazo. La recomendación enfática fue que buscara al sacerdote
“Capuchino” que lo había impulsado desde niño. Luego de aquello, dialogarían.
El presbítero colmado de sigilo
le reveló la noticia que cambiaría el curso de su vida. No se podría casar con
su adorada Arcadia Blandón Salamandra, la hija de la señora Catalina
Salamandra, pues eran medios hermanos de sangre. La triste revelación le
permitió conocer que su padre legal era estéril y que él era el fruto de un
pacto tripartita, según el cual su madre podría realizarse en dicho plano
fisiológico y cultural; su padre oficial aceptaba su condición de putativo y el
señor Blandón complacía a sus compadres y a distancia velaría por el bienestar
de su hijo biológico. Todos conformes y comprometidos, bajo la garantía del
sacerdote capuchino que todo quedaría en el más sólido hermetismo. Compromiso
voluntario entre adultos.
El frustrado matrimonio lanzó a
Manuel Saturio a los brazos del alcohol. Su doloroso delirio decía que a Quibdó había
que quemarlo. En su crisis emocional encontró refugio en una bella mujer de la
élite social del Chocó. Le llamaban Deyanira Castro Baldrich. Era de piel
acanelada y su exotismo se lo daba una cabellera rubia y sus ojos verdes. La
mujer solía pernoctar en los ambientes curales. Allí se conocieron y
prontamente se involucraron en una encendida relación inadmisible socialmente.
Por aquellos años la Villa de
Asís tenía por fiesta pagana, la celebración de sus carnavales y un día, el de
“La Batalla De Flores”, Deyanira cometió un grave error; al paso del desfile
por su balcón en vez de lanzarle su ramo de flores al General Medina,
Gobernador del departamento de Quibdó, lo arrojó a Manuel Saturio, de esta
forma se sintió agraviado y despreciado. Él siendo la figura gubernamental más
importante del fugaz departamento, se vio desplazado por un varón afro, sin
abolengo.
A la singular belleza de Deyanira
Castro la empañaba la secuela de la “fiebre mala”, modernamente poliomielitis,
que le baldó una pierna de la cual renqueaba. No obstante, seguía siendo un
gran partido. De los amoríos con Manuel Saturio, dice la tradición oral
retomada por doña Teresa Martínez de Varela (1980), en su obra “Mi Cristo Negro”, nació un hijo, el
cual fue raptado, de horas de nacido, y sofocado en las aguas del caudaloso
Atrato, por su propio tío Rodolfo Castro Baldrich . En ésta plasma la versión
popular que se quedó en la memoria de los quibdoseños: fue una mezcla de odio
de clase social, de racismo, venganza a la afrenta de la osadía de un personaje
nacido de las entrañas de la humildad, que pensaba desalojar del poder a los
herederos de los eclavizadoristas de “tiempo España”. Con una sola piedra se mataba al pájaro
mayor.
En un sector céntrico de Quibdó,
cerca de una casa de habitación aparecieron unas pelotas de trapo empapadas en
petróleo, y un centímetros de grama quemada. La conspiración así lo había
planeado. A Saturio, lograron persuadirlo de consumir de nuevo licor, pese a
los ruegos de su madre. Ya ebrio, lo llevaron al lugar previamente determinado,
lo despojaron de su correa importada por su apoyador el sirio libanés Don Félix
Meluk, la cual fue empleada como la prueba reina. De inmediato se le acuso del
“incendio” a Manuel Saturio. Fue capturado y llevado a la cárcel. En ésta fue
torturado, por un gendarme afrochocoano Amador Caicedo, hasta que declaró ser
el autor del frustrado incendio.
Seguidamente, se montó un espurio
consejo de guerra, en cual de antemano estaba condenado a muerte. El jurado lo
integraban mayoritariamente los racistas y sus enemigos de clases, bajo el
mando de el General Medina y su “cuñado”, Castro Baldrich. El sórdido plan
orquestado por el juez Gregorio Sánchez y planeado por el ingeniero vengador
Rodolfo Castro Baldrich, estaba andando como un relojito.
Los masones y otras personas de
Quibdó se movilizaron enviando sendos mensajes al Presidente de la República
Rafael Reyes, solicitándole la conmutación de la pena. En esta parte de la
historia, arranca una controversia que después de un siglo no se detiene.
Rogerio Velásquez Murillo (1954), antropólogo que adelantó una investigación
documental, no halló el mensaje que la tradición oral asegura que
interceptó Rodolfo Castro Baldrich,
donde se le conmutaba la pena. Velásquez Murillo; ubicó en el Ministerio de
Guerra, un marconigrama, donde el Primer Magistrado se dirigía al Juez de caso
estudiarlo otra vez. Pero el supuestamente contenía la conmutación, no
apareció.
Manuel Saturio en la cárcel
únicamente solicitó un cuaderno y un lápiz. Escribió toda la noche una
autobiografía y pronosticó el futuro del
pueblo chocoano. Documento recogido por nuestro máximo científico social, el
que al pensar de la antropóloga Nina S. De Friedemann, es el pionero de la
antropología jurídica en Colombia.
Al día siguiente fue castigado
como establecía el código penal para los incendiarios. Vestido con una túnica
de color lila, le fue impuesta una corona de espinas y obligado cual Jesucristo
a arrastrar una cruz, puesto para ser escupido por los niños, a seguir una
calvario de doce estaciones hasta el
patíbulo, levantado en las afueras de la ciudad. En las inmediaciones del
cementerio. En la actual carrera primera, donde se encuentra la Policía
Nacional; exactamente, donde está la casa del comandante.
A las cuatro de la tarde el
pueblo quibdoseño, vio desfilar al mártir. Vanamente los sirios libaneses
residenciados en Quibdó, informados que el General Medina Palacio profesaba la
masonería, le ofrecieron pagar su peso en oro. De nada valió que le mandaran el
mandil al militar bogotano.
Una primera descarga de la
fusilería, no le arrancó la vida. Esto lo dictaminó el médico encargado de tal
tarea. El publicó contuvo la respiración cuando un funcionario de los
telégrafos corría alocadamente con un mensaje del Presidente para el jurado. La
tradición oral alega que lo interceptó Rodolfo Castro y dijo que prosiguiera la
ejecución. En el alma popular quibdoseña
quedó que se trataba de la conmutación de la pena, por un delito que en
el más exagerado de los casos fue únicamente una tentativa.
El pelotón produjo una segunda
descarga que pasó a Manuel Saturio a la eternidad. Los racistas complotados
quedaron satisfechos. El pueblo afrochocoano no pudo vencer el pavor y vio como
de manera impune era sacrificado un hijo preclaro. El crimen de Estado se había
consumado y Valencia Mena pasó a convertirse en un icono de la
afroamericanidad. Las balas oficiales le quitaron la vida biológica, mas solo
consiguieron convertirlo en una leyenda, espejo en el que nos miramos los
cimarrones de la modernidad.
Manuel Saturio, gracias a los
cimarrones contemporáneos, ha contado con mayor suerte en el recordatorio de su
memoria que Miguel Escudero afroperuano que el día del desfile triunfal de la
guerra de independencia de España, llamó a sus colegas hermanos afros a tomarse
el poder que a continuación detentarían
los cuasi mulatos. Un jefe de los últimos, sin mediar juicio desenfundó su arma
y lo asesinó delante de la tropa mayormente formada por esclavizados y libertos
afros. Nadie reaccionó.
El intelectual afrochocoano
Carlos Arturo Caicedo Licona, en la década de los ochenta creó un periódico y
una tertulia llamada “SATURIO”, luego la bibliografía que se ha producida en
torno a la vida del mártir es tanto variada como generosa.
El periódico “ECOS DEL
CHOCÓ” a tres días del magnicidio
oficial publico una versión de las élites sociales de los albores del siglo XX.
Huelga decir, que los sectores sociales privilegiados social y económicamente,
se dividieron: los de origen criollo unos apoyaron minoritariamente a los
complotados, otros lo repudiaron como una felonía. Los emigrantes árabes, como
un solo cuerpo, repudiaron la bellaquería y trataron de frenarla ofreciendo
riquezas a cambio de la vida del mártir. También intentaron acciones legales.
En 1944, Don Vicente
Ferrer García, en un folleto titulado “Fusilamiento de Manuel Saturio
Valencia en Quibdó”, exactamente el día del 37º aniversario del asesinato
oficial. En el breve texto, recoge las voces que se imprimieron en el infausto
momento. La suya en particular, es de reprobación a la conspiración delos
confabulados. Excelente trabajo documental para que antropólogos,
etnohistoriadores e historiadores aprovechemos desde una óptica académica.
En 1953 aparece “MEMORIAS
DEL ODIO O PAPELES DEL ÚLTIMO FUSILADO EN COLOMBIA”, fino trabajo
documental del gran Rogerio Velásquez Murillo; de manera muy escrupulosa
y respetando la memoria y obra del Manuel Saturio plasma, con una pasmosa
seriedad su actividad profesional. Es un desgarrador y hermoso relato
literario, que rompe con las gélidas narraciones de los cientistas sociales en
su afán de aparecer como objetivos y neutrales.
EN 1980 se reporta la aparición de la obra
monumental de Doña Teresa Martínez de Varela, con su novela biográfica “MI CRISTO NEGRO”. Vigoroso
trabajo de campo oral y documental de la vida del sacrificado. Apelando a los
versionistas Juana García Correa “La rata” y su hermano Eliumen , reconstruye
el Quibdó de hace un siglo. Su trabajo despojado de los rigores académicos, a
los que se ciñó Velásquez Murillo, se permite restaurar la oralidad reprimida,
las versiones escondidas del aciago suceso que marcó traumáticamente la vida
psicosocial del departamento. Adicionalmente, valiéndose de la cábala judía, en especial de la
numerología hace una serie de análisis que la llevan a concluir que Manuel
Saturio es un representante de Jesucristo y su análisis lo prolonga en la
figura, de quien naciendo el año en que
se produce el ignominioso suceso, es un relevo en la lucha en la cual no
alcanzó el triunfo Valencia Mena, pero si Diego Luís Córdoba Córdoba.
Asombrado por tan espeluznante
insuceso el médico y antropólogo Manuel Zapata Olivella, continúa
la ruta libertaria que siguió Doña Teresa de Jesús, en 1980 publica en versión novelada el drama
quibdoseño bajo el título “EL FUSILAMIENTO DEL DIABLO”. Doña Teresa, en
un ataque de infundados celos acusó a Zapata Olivella de plagio, mas quienes
hemos tenido acceso a las dos obras encontramos dos tejidos narrativos bastante
diferenciados y dos miradas políticas distintas.
El Físico Tiberio Perea
Asprilla, ahora debutando como narrador, escribió una serie de cuentos, en 199 en uno de los ellos
describe un pavoroso incendio en Quibdó, quizás el de 1966 (¿?), en medio de
las lenguas de fuego, pasa un fantasma
lanzando una fenomenal risotada. El pasaje representa la venganza, según el
autor de Manuel Saturio.
El profesor Miguel Antonio
Caicedo en 199 da a
la luz un texto, muy recibido por el público mayoritario, donde apoyándose en
una serie de sofismas trata de lavar la figura demoníaca para los quibdoseños
del ingeniero Castro Baldrich. Como una persona bondadosa y amada por los
trabajadores, a su servicio, de origen africano. No es sorprendente su conducta.
El profesor Miguel A, está mediante un acto de amor filial tratando de salvar
la figura de su padre, el gendarme, Amador Caicedo, el que mediante tortura, le
arrancó la declaración mentirosa de “incendiario” (“anarquista”), que llevó al último suplicio a Valencia Mena.
A finales de los ochenta un grupo
de amigos, encabezados por el politólogo y dirigente afroamericano de Colombia,
Ventura (Jr) Díaz Ceballos, han retomado el legado de Manuel Saturio Valencia
Mena, llevando al plano internacional. En los Estados Unidos los miembros de
los “Blacks Panthers”, en la cabeza del histórico Willie Thompson y el BLACK
COCUS, acogieron positivamente los planteamientos hechos por este líder y se
aprestan a publicar en inglés y español, bajo el auspicio de la universidad de
Howard y la traducción del prestigioso académico doctor Ian Smart del texto
escrito por nuestro hermano politólogo.
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