domingo, 26 de noviembre de 2017

CENTENARIO DEL FUSILAMIENTO DE MANUEL SATURIO VALENCIA


Contexto: El periodista y escritor José E. Mosquera, con motivo del centenario del fusilamiento del “poeta” Manuel Saturio Valencia, hace un análisis de los hechos y sobre  la vida de este mítico personaje, nacido en 1867 en Quibdó y ejecutado por el delito de incendio tras un breve consejo de guerra el 7 de mayo de 1907 en la misma ciudad. Un acontecimiento político en el cual el acusado acepto su culpabilidad. Sin embargo, por conveniencias ideológicas se le ha dado una connotación racialista hasta convertirlo en un mártir de la lucha racial en Colombia.

                                                         José E. Mosquera
joemosbe@une.net.co
Mañana se conmemora el centenario del fusilamiento del “poeta”, Manuel Saturio Valencia. La importancia de este pintoresco personaje, radica en el hecho que por ser el último colombiano condenado a la pena de muerte lo han convertido en icono y mártir de la lucha racial contra la opresión “blanca” en Colombia.

De hecho, es uno de los personajes de la etnia negra que ha alcanzado una singular figuración en la historia política colombiana, y eso obedece en gran medida a una serie de mitos políticos y raciales que se han estructurado de manera superficial alrededor de su personalidad. Una simbología edificada a partir de especulaciones históricas y literarias que en estudios rigurosos sobre la verdadera dimensión política e intelectual de Valencia.

A raíz de esta efemérides es importante revaluar algunos conceptos y exponer otros enfoques sobre su vida y su obra. Manuel Saturio es uno de esos personajes que en la historia de la humanidad por provecho político se han creado fábulas que lo han elevado a la categoría de ser sobrenatural. De manera que, si se profundiza en un estudio serio y, desde luego, sin sesgos racialistas sobre su vida y su obra se develan muchas facetas pocos convincentes que sus biógrafos han inventado para glorificarlos.

En estos cien años se han escrito cuatro obras literarias y centenares de ensayos que exaltan su vida: La Palizada, Miguel A. Caicedo (1952),  Memorias del Odio, Rogerio Velásquez (1953). Mi Cristo Negro, María Teresa Martínez (1983) y El fusilamiento del diablo, Manuel Zapata Olivella (1986). Ensayos entre los cuales sobresalen: “Manuel Saturio Valencia: El hombre”, Miguel A. Caicedo (1992), Héroes y políticos: Quibdó desde 1900, Peter Wade (1997) y “Violencia y Resistencia: una perspectiva de la literatura afrocolombiana” de Marvín A. Lewis (1987), este último un estudio sobre Memorias del Odio y El fusilamiento del diablo.
Cada autor ha idealizado a Saturio y ha hecho de él una interpretación de acuerdo con sus propias convicciones políticas e ideológicas, por lo tanto, es utilizado como pretexto para criticar los vejámenes de las clases dominantes contra la población negra, en relación con la esclavitud, la discriminación racial, las desigualdades  políticas, económicas; y la injusticia social, igualmente, para exteriorizar y exaltar la lucha y la resistencia del hombre negro contra la opresión “blanca y mestiza” en América.

Las dos primeras obras son las versiones más “realistas” y terrenales de la vida de Valencia, las otras dos lo sitúan como un héroe mitológico. En opinión del escritor Alfonso Carvajal, en las cuatro existe “más ficción que realidad y más pasión  que acerbo documental”. Sin embargo, de todas sobresale El Fusilamiento del diablo por su extraordinario valor narrativo.

En todas se evidencia una visión exagerada de la discriminación racial en la sociedad chocoana, en virtud de que, se saca de contexto que  Valencia se educó y emergió como figura pública bajo la tutela de los Capuchinos, de algunos dirigentes políticos conservadores “blancos y mulatos”, de empresarios sirio libaneses como los hermanos Meluk, y sobre todo, las relaciones políticas que mantuvo con determinados sectores de la élite “blanca y mulata” de la ciudad.

Ese sesgo es lo que ha permitido idealizar toda una falacia para erigirlo como un mártir de la lucha racial y de las reivindicaciones de las minorías étnicas en Colombia.

No dudo que había discriminación en una sociedad dominada por la división de clases sociales pero ha habido exageración, y por esa misma razón en la mayoría de los textos escritos sobre Valencia se evidencia un profundo desconocimiento de sus autores sobre diversos aspectos políticos, económicos, sociales y culturales que fueron determinantes en la evolución de la sociedad chocoana en el período que nació  y murió.
Por razones ideológicas se oculta que para la época ya había en la ciudad, y por ende, en la región una elite negra que había acumulado fortuna con la esclavización de sus semejantes y la minería, como lo explica Pete Wade, “la cual había adoptado un estilo de vida similar a la elite blanca que tanto se critica”. Es decir, “ni todos los blancos eran ricos ni todos los negros  eran pobres”.

Raymond L. Williams, en su trabajo sobre “La novela y el poder en Colombia”, cuando habla de la novela moderna y postmoderna, dice que El Fusilamiento del diablo de Zapata Olivella es una reelaboración de la obra originalmente de Velásquez. En cambio, el ensayista, Martín Lewis, cuando se refiere a la violencia y la resistencia en la literatura afrocolombiana  se pregunta si Memorias del Odio “es historia o una biografía novelada o simplemente un impresionante ejerció en el arte de mentir”.

 Ahora, en cuanto a Mi Cristo Negro sucede exactamente lo mismo, realmente no se sabe si es una biografía o una novela y para sintetizar la confusión, la autora dice: “Yo he sido la exclusiva médium del espíritu del mártir Manuel Saturio Valencia”, afirmación que pone en tela de juicio la veracidad de los hechos que narra en la obra.                                                                                                                                                                                                                                
Caicedo en Saturio, el hombre revalida en parte la visión que escribió en La Palizada con un análisis más realista, y coincide con el escritor César Rivas Lara que  “no lo mataron por negro ni por inteligente” , según su tesis “no lo mató la aristocracia sino quienes quisieron ampararse en la explotación del temor que el pueblo vivía frente a los poderosos”.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              
Sin embargo, cae en el facilismo atribuirle la autoría de una poesía que hace ilusión a la raza negra que jamás escribió, con el argumento: “Todo hace suponer que su autor fue Manuel Saturio Valencia…en aquel tiempo pocos sabían leer”  e incurre en otras afirmaciones poco creíbles.

Rivas Lara, también cae en otro error cuando expresa: “La bibliografía sobre Valencia, aunque escasa, es suficiente para conocer su trayectoria” y subraya que “ganó acenso en el campo de las arte y las letras” y asegura que creó un grupo cívico del cual hizo parte, Adán Arriaga, un personaje que, aún no había nacido en aquel momento.

Estas invenciones y muchas otras carentes de fuentes documentales lo han mitificado como un defensor de las demandas sociales de los negros, cuando en el fondo ese no fue su ideario político, contrario a ello, durante su vida se destacó como un defensor de los principios políticos del partido conservador y como “un coplero, bebedor y mujeriego”.

En opinión del escritor Arnoldo Palacios Mosquera, fue un personaje que “no se inspiró en las corrientes científicas ni se destaco como un auténtico caudillo” y lo más descollante en él  fue ser “un representante de las fuerzas oscurantistas”. De suerte que hace falta un examen más sensato sobre sus ejecuciones y una valoración de su obra poética que aún nadie conoce porque no se han encontrado registros documentales para situarlo en la justa medida de sus méritos.

Un hombre que como militante del Partido Conservador participó activamente en los conflictos políticos y militares, en una región que estuvo gran parte bajo el dominio político de los liberales radicales caucanos. En nombre de ese partido y en gobierno regidos por ese partido, ocupó los cargos de Juez de Rentas y Ejecuciones Fiscales, Juez Penal del Circuito, Personero Municipal y participó en la Guerra de los Mil Días.

Entonces, para comprender los antecedentes y las causas de su fusilamiento hay que profundizar en su actividad política, de conformidad con las luchas partidistas que habían por el control del poder en la región.
Más aún, dentro del contexto de las secuelas que dejó la guerra porque el fin de la misma no significó el cese  de los odios y las intrigas entre los miembros de los partidos. Además, de su papel como secretario del Teniente político de su partido y las providencias que se habían expedido contra la embriaguez habitual.


 Elementos fundamentales para discernir sobre las razones de su ejecución y no seguir acomodando los hechos para hacer ver este suceso como una conspiración racial de una minoría "blanca" que ostentaba el poder económico y político contra la población negra oprimida.

Fue precisamente, por ese enrarecido panorama político y por su adición a las bebidas alcohólicas que en una embriaguez intento sofocar un incendio, hecho que sus contradictores políticos aprovecharon para acusarlo de incendiario y llevarlo al patíbulo.

El fusilamiento de Valencia más que un hecho con connotaciones raciales fue esencialmente un crimen político, cuyo trasfondo fue la lucha política entre sectores liberales y conservadores por el control del poder en el Chocó. Una evidencia que  no fue por razones raciales esta demostrado en las actuaciones de un grupo de damas de la élite “blanca y mulata” que solicitaron  la intervención del Clero para que evitara la ejecución. En conclusión, se necesita más realismo  y menos ficción en la historia de la vida y obra de Valencia.












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