Contexto: El periodista y
escritor José E. Mosquera, con motivo del centenario del fusilamiento del
“poeta” Manuel Saturio Valencia, hace un análisis de los hechos y sobre la vida de este mítico personaje, nacido en
1867 en Quibdó y ejecutado por el delito de incendio tras un breve consejo de
guerra el 7 de mayo de 1907 en la misma ciudad. Un acontecimiento político en
el cual el acusado acepto su culpabilidad. Sin embargo, por conveniencias
ideológicas se le ha dado una connotación racialista hasta convertirlo en un
mártir de la lucha racial en Colombia.
José
E. Mosquera
joemosbe@une.net.co
Mañana se conmemora el centenario
del fusilamiento del “poeta”, Manuel Saturio Valencia. La importancia de este
pintoresco personaje, radica en el hecho que por ser el último colombiano
condenado a la pena de muerte lo han convertido en icono y mártir de la lucha
racial contra la opresión “blanca” en Colombia.
De hecho, es uno de los
personajes de la etnia negra que ha alcanzado una singular figuración en la
historia política colombiana, y eso obedece en gran medida a una serie de mitos
políticos y raciales que se han estructurado de manera superficial alrededor de
su personalidad. Una simbología edificada a partir de especulaciones históricas
y literarias que en estudios rigurosos sobre la verdadera dimensión política e
intelectual de Valencia.
A raíz de esta efemérides
es importante revaluar algunos conceptos y exponer otros enfoques sobre su vida
y su obra. Manuel Saturio es uno de esos personajes que en la
historia de la humanidad por provecho político se han creado fábulas que lo han
elevado a la categoría de ser sobrenatural. De manera que, si se profundiza en
un estudio serio y, desde luego, sin sesgos racialistas sobre su vida y su obra
se develan muchas facetas pocos convincentes que sus biógrafos han inventado
para glorificarlos.
En estos cien años se
han escrito cuatro obras literarias y centenares de ensayos que exaltan su vida: La Palizada , Miguel A. Caicedo (1952), Memorias
del Odio, Rogerio Velásquez (1953). Mi
Cristo Negro, María Teresa Martínez (1983) y El fusilamiento del diablo, Manuel Zapata Olivella (1986). Ensayos
entre los cuales sobresalen: “Manuel
Saturio Valencia: El hombre”, Miguel A. Caicedo (1992), Héroes y políticos:
Quibdó desde 1900” , Peter Wade (1997) y “Violencia y
Resistencia: una perspectiva de la literatura afrocolombiana” de Marvín A. Lewis (1987), este último un estudio
sobre Memorias del Odio y El fusilamiento
del diablo.
Cada autor ha idealizado
a Saturio y ha hecho de él una interpretación de acuerdo con sus propias
convicciones políticas e ideológicas, por lo tanto, es utilizado como pretexto
para criticar los vejámenes de las clases dominantes contra la población negra,
en relación con la esclavitud, la discriminación racial, las desigualdades políticas, económicas; y la injusticia social,
igualmente, para exteriorizar y exaltar la lucha y la resistencia del hombre
negro contra la opresión “blanca y mestiza” en América.
Las dos primeras obras
son las versiones más “realistas” y terrenales de la vida de Valencia, las otras
dos lo sitúan como un héroe mitológico. En opinión del escritor Alfonso
Carvajal, en las cuatro existe “más
ficción que realidad y más pasión que
acerbo documental”. Sin embargo, de todas sobresale El Fusilamiento del diablo por su extraordinario valor narrativo.
En todas se evidencia
una visión exagerada de la discriminación racial en la sociedad chocoana, en
virtud de que, se saca de contexto que Valencia se educó y emergió como figura
pública bajo la tutela de los Capuchinos, de algunos dirigentes políticos
conservadores “blancos y mulatos”, de empresarios sirio libaneses como los hermanos
Meluk, y sobre todo, las relaciones políticas que mantuvo con determinados
sectores de la élite “blanca y mulata” de la ciudad.
Ese sesgo es lo que ha
permitido idealizar toda una falacia para erigirlo como un mártir de la lucha
racial y de las reivindicaciones de las minorías étnicas en Colombia.
No dudo que había
discriminación en una sociedad dominada por la división de clases sociales pero
ha habido exageración, y por esa misma razón en la mayoría de los textos
escritos sobre Valencia se evidencia un profundo desconocimiento de sus autores
sobre diversos aspectos políticos, económicos, sociales y culturales que fueron
determinantes en la evolución de la sociedad chocoana en el período que
nació y murió.
Por razones ideológicas
se oculta que para la época ya había en la ciudad, y por ende, en la región una
elite negra que había acumulado fortuna con la esclavización de sus semejantes
y la minería, como lo explica Pete Wade, “la
cual había adoptado un estilo de vida similar a la elite blanca que tanto se
critica”. Es decir, “ni todos los
blancos eran ricos ni todos los
negros eran pobres”.
Raymond L. Williams, en
su trabajo sobre “La novela y el poder en Colombia”, cuando habla de la novela
moderna y postmoderna, dice que El
Fusilamiento del diablo de Zapata Olivella es una reelaboración de la obra
originalmente de Velásquez. En cambio, el ensayista, Martín Lewis, cuando se
refiere a la violencia y la resistencia en la literatura afrocolombiana se pregunta si Memorias del Odio “es historia
o una biografía novelada o simplemente un impresionante ejerció en el arte de
mentir”.
Ahora, en cuanto a Mi Cristo Negro sucede exactamente lo
mismo, realmente no se sabe si es una biografía o una novela y para sintetizar
la confusión, la autora dice: “Yo he sido
la exclusiva médium del espíritu del mártir
Manuel Saturio Valencia”, afirmación que pone en tela de juicio la
veracidad de los hechos que narra en la obra.
Caicedo en Saturio, el hombre revalida en parte la
visión que escribió en La Palizada con un análisis más realista, y
coincide con el escritor César Rivas Lara que “no lo
mataron por negro ni por inteligente” , según su tesis “no lo mató la aristocracia sino quienes
quisieron ampararse en la explotación del temor que el pueblo vivía frente a
los poderosos”.
Sin embargo, cae en el facilismo
atribuirle la autoría de una poesía que hace ilusión a la raza negra que jamás
escribió, con el argumento: “Todo hace
suponer que su autor fue Manuel Saturio Valencia…en aquel tiempo pocos sabían
leer” e incurre en otras
afirmaciones poco creíbles.
Rivas Lara, también cae
en otro error cuando expresa: “La
bibliografía sobre Valencia, aunque escasa, es suficiente para conocer su
trayectoria” y subraya que “ganó
acenso en el campo de las arte y las letras” y asegura que creó un grupo
cívico del cual hizo parte, Adán Arriaga, un personaje que, aún no había nacido
en aquel momento.
Estas invenciones y
muchas otras carentes de fuentes documentales lo han mitificado como un defensor
de las demandas sociales de los negros, cuando en el fondo ese no fue su
ideario político, contrario a ello, durante su vida se destacó como un defensor
de los principios políticos del partido conservador y como “un coplero, bebedor y mujeriego”.
En opinión del escritor
Arnoldo Palacios Mosquera, fue un personaje que “no se inspiró en las corrientes científicas ni se destaco como un
auténtico caudillo” y lo más descollante en él fue ser “un
representante de las fuerzas oscurantistas”. De suerte que hace falta un
examen más sensato sobre sus ejecuciones y una valoración de su obra poética
que aún nadie conoce porque no se han encontrado registros documentales para
situarlo en la justa medida de sus méritos.
Un hombre que como
militante del Partido Conservador participó activamente en los conflictos
políticos y militares, en una región que estuvo gran parte bajo el dominio
político de los liberales radicales caucanos. En nombre de ese partido y en gobierno
regidos por ese partido, ocupó los cargos de Juez de Rentas y Ejecuciones
Fiscales, Juez Penal del Circuito, Personero Municipal y participó en la Guerra de los Mil Días.
Entonces, para
comprender los antecedentes y las causas de su fusilamiento hay que profundizar en su actividad política, de conformidad con las luchas
partidistas que habían por el control del poder en la región.
Más aún, dentro del contexto de las secuelas que dejó la
guerra porque el fin de la misma no significó el cese de los odios y las intrigas entre los miembros
de los partidos. Además, de su papel como secretario del Teniente político de
su partido y las providencias que se habían expedido contra la embriaguez
habitual.
Elementos
fundamentales para discernir sobre las razones de su ejecución y no seguir acomodando
los hechos para hacer ver este suceso como una conspiración racial de una
minoría "blanca" que ostentaba el poder económico
y político contra
la población negra oprimida.
Fue precisamente, por
ese enrarecido panorama político y por su adición a las bebidas alcohólicas que
en una embriaguez intento sofocar un incendio, hecho que sus contradictores
políticos aprovecharon para acusarlo de incendiario y llevarlo al patíbulo.
El fusilamiento de
Valencia más que un hecho con connotaciones raciales fue esencialmente un crimen
político, cuyo trasfondo fue la lucha política entre sectores liberales y
conservadores por el control del poder en el Chocó. Una evidencia que no
fue por razones raciales esta demostrado en las actuaciones de un grupo de
damas de la élite “blanca y mulata” que solicitaron la intervención del
Clero para que evitara la ejecución. En conclusión, se necesita más
realismo y menos ficción en la historia
de la vida y obra de Valencia.
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